Su verso taladra, pincha primero, luego muerde, penetra y para entonces, su condición es definitiva y honda, como la soledad dentro de las grietas. Extrañamente -como las flechas que lograron inventar este acierto- al penetrar convierte el verso en flor e inicia un ritmo que se deja ir con la sangre: un fármaco oscuro y más denso que ella misma.
Poemas de gravedad antigua, como las calles que fueron testigos de la creación de estos versos: Sevilla, Córdoba, Madrid, Ciudad de México; ciudades cómplices de esta red de miedos, siendo todos ellos el primero; suyo es el eco de nocturnos centenarios, tornados de nuevo en contemporáneos.
En la poesía de Eric Uribares confluyen diversas latitudes: críticas, políticas y transatlánticas; dimensiones extraviadas entre estampas, fobias y cartografías de nuestros inviernos; características de un poeta transfronterizo de estaciones: virtuales o contemporáneas.
Es en su latitud más alta donde comienza el descenso a su poesía: una marioneta que crece desde los dedos del lector, hasta el abismo de la poesía en su estado primero: el miedo.
Ivan Vergara, Sevilla, a finales febrero del 2011.
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