Nos esperaba ya la gente de la librería, el trato de ellos fue grato, amable y correcto, no tengo quejas de ello. Encontré ese día a algunos amigos más, a mi familia que desde hace casi cinco años viven en Córdoba, aunque unos vayan y vengan de México constantemente, algunos invitados esporádicos y finalmente algunos personajes más que habían asistido a la presentación. Seré sincero: a quien esperaba ver era a Alejandra Vanessa, quien muy amablemente accedió para presentar conmigo la antología, ella había estado en el primer recital, de hecho, inaugurando el evento en el Bar Bahía (algunas fotos, aquí).
Al llegar hablamos con la prisa de quienes tienen un evento por delante y a punto de comenzar, tuvimos tiempo para darnos algún saludo, intercambiar una charla breve y entonces, como llega cualquier imprevisto, recibe una llamada por teléfono. Al colgar, pude notar en ella una tensión que apareció desde el instante que hablaba por teléfono, ese tipo de gesto que nos aferra el rostro cuando algo pincha fuertemente, cuando llegan noticias inesperadas y que necesariamente tienen mucho porqué doler.
Aquella mañana recibí deboca de Alejandra la noticia de que esa misma noche había fallecido el poeta Ángel González, poeta nacido en Oviedo, Asturias, en 1925 y que me ha otorgado algunos de los mejores versos que pueda recordar. Aquella mañana moría uno de los grandes poetas de España del siglo XX, y nosotros, chiquillos, jugábamos a presentar una antología de poetas jóvenes. No sé porque entonces algunas cosas que percibía alrededor me parecieron tan absurdas.
El envío de MASCApalabras que he recibido esta mañana, contiene precisamente algunos versos de Ángel González. A un año de su muerte le recuerdo con la admiración del lector que encuentra a un maestro en sus versos, su vida y obra. Dejémos que él se comparta a través de esos poemas que crecieron entre una España dolida, pero que nunca supo olvidar el valor de la ironía, la amistad, de la esperanza.
LA VIDA EN JUEGO
Donde pongo la vida pongo el fuego
de mi pasión volcada y sin salida.
Donde tengo el amor, toco la herida.
Donde pongo la fe, me pongo en juego.
Pongo en juego mi vida, y pierdo, y luego
vuelvo a empezar, sin vida, otra partida.
Perdida la de ayer, la de hoy perdida,
no me doy por vencido, y sigo, y juego
lo que me queda: un resto de esperanza.
Al siempre va. Mantengo mi postura.
Si sale nunca, la esperanza es muerte.
Si sale amor, la primavera avanza.
(Ángel González)
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