2.12.2011

Mascapalabras 472: Christina Rosenvinge


Jorge y yo

recorrí sin parar
cuatro horas hasta el mar
recordé el lugar
la roca donde iba a jugar
con mi hermano cada tarde
yo era siempre la cobarde, él
descendía hasta la cueva
me contaba como era, y yo
sólo soñaba
con desaparecer
ser alguien distinto
nada que esconder
no tener
tanta prisa por crecer
años de atrocidad
nos dejaron sin educar
jorge y yo en la oscuridad
planeando cómo escapar
hoy descubro que la cueva
es muy pequeña
nunca pudo ser
escondite tan seguro
como jorge me hacía creer
sólo soñaba
con desaparecer
ser alguien distinto
nada que esconder
no tener
tanta prisa por crecer
aún le veo en la cornisa
cada peca brillando en su piel
sonriendo sin camisa
no conozco a nadie como él

(De La joven Dolores, Christina Rosenvinge)

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2.11.2011

Mario Vargas Llosa en La ciudad del vértigo.


@La_Guadalupana dedica un relato a @_Appu_

La ciudad en vértigo


   para Appu

La historia comienza así: Mario Vargas Llosa camina por una calle de la Ciudad de México, hace frío y es de noche, una noche de luna llena y cielo despejado. Vargas Llosa camina con la mirada al frente, postura un tanto castrense, barbilla levantada y rítmico balanceo de brazos. Todo parece un truco, una artimaña corporal para que nadie se acerque. A su paso muchos lo reconocen y él los ignora con sutileza magistral.

El sitio por el que camina está en la colonia Narvarte, uno de esos barrios que otrora pertenecieran a la pujante clase media y que para cuando él pisa sus calles, se ha convertido en un almacén de oficinas y edificios de alquiler habitados por una pluralidad sospechosa.
Vargas Llosa camina y yo lo reconozco tras dudar unos segundos. A partir de entonces lo miro con intensidad, le busco los ojos pero él no se digna, es un hombre acostumbrado a estas situaciones, pasa a mi lado, es más alto y fuerte de lo que yo pensaba, para entonces tiene más sesenta años y el mundo se lo comió hace veinte.

Decidí seguirlo aunque no de forma inmediata. Todo había sido relampagueante. Yo, escritor, mi barrio, él. Primero lo dejé pasar muy cerca de mí, dejando tras su marcha un olor a cuero y maderas. Tenía esperanza de que sintiera el acecho y me regalara un gesto, algo que sacudiera su voluntad de hierro. Lo miré alejarse hasta que empecé a no distinguirlo, a perderle el rastro. Entonces corrí. Lo alcancé en una calle perpendicular a la primera, una calle solitaria y oscura donde sólo se oían mis pasos y los suyos. A pesar de eso, él no volteó, no quiso verificar quién andaba tras de sí.

En la Ciudad de México la gente desarrolla una capacidad inigualable para el miedo y la supervivencia, una capacidad de reacción innata ante cualquier situación que involucre una calle oscura y unos pasos tras de sí. Pero Vargas llosa no ha desarrollado ninguna de esas capacidades y aparentemente no las necesita, las suyas parecen de eficacia probada. El hombre sólo camina y yo lo sigo empeñado en manifestar mi presencia, piso con mayor fuerza, salto para agitar las ramas de los arbustos que encuentro a mi paso y, justo cuando evalúo la posibilidad de un descarado silbido, Mario Vargas Llosa se detiene, duda unos segundos, parece verificar mentalmente el sitio, quizá la dirección. Yo lo veo todo a mitad de la calle, absorto de sentirme como un fantasma me pellizco para verificar mi condición , estoy más vivo que nada, más despierto que cualquiera, eso pienso justo cuando Mario desaparece de mi vista.

Me detengo frente al edificio en el que entró. Por un instante el paisaje me parece conocido pero no recuerdo los motivos de mis incursiones por aquellos espacios del barrio, colindantes con el Viaducto Miguel Alemán y la colonia Doctores. Pasan un par de niños en bicicleta, se persiguen uno a otro, ambos me miran directo a los ojos, pienso otra vez que estoy vivo y que no soy un fantasma, maldigo entonces mi huella mexicana, esePedro Páramo que se oculta para salir como espinilla en el momento menos esperado. Seenciende una luz en el tercer piso, pienso que ha pasado el tiempo exacto para que un hombre con la edad de Vargas Llosa, con todo y su corpulencia, suba tres niveles. Lo imagino entrando al departamento donde alguien lo espera, lo imagino sentado en un sillón, lo imagino fumando un habano de Cuba y charlando de literatura francesa, quizá literatura rusa o alemana, lo imagino escuchando atentamente un par de anécdotas, riendo educadamente mientras yo, aterido en la calle más solitaria y más sola de la colonia, espero impaciente, de pie, sin quitar la vista del sitio donde Vargas Llosa acudió para visitar a un amigo mexicano de juventud, un amigo que frecuenta poco y al que no ve desde mucho, al que no ve nunca, una visita un tanto cordial y otro tanto comprometida, el hombre fue a recogerlo al aeropuerto y ha sido muy amable, es profesor de literatura y habrá que beberse un par de copas con él, quizá una cena ligera, conocer a la esposa e hijos, escuchar discos, algo típico mexicano o algo que él escogiese gracias a la amabilidad de su anfitrión, agradecer las atenciones y salir antes de la media noche.

Las luces del departamento se apagan. Tiempo después, muy poco tiempo después en realidad, Vargas Llosa abre el portón del edificio y sin dubitaciones da media vuelta a la derecha y se echa andar con pasos casi marciales. Por supuesto, no me mira, pasa justo en la acera de enfrente, los dos solos una vez más y el hombre sigue de largo respirando apenas. Lleva algo en la mano, es una bolsa de papel no más grande que dos piezas de pan, camina rápido, para entonces lo sigo sin empacho a sabiendas que no volteará, aunque estoy seguro que ha notado mi presencia.

Caminamos muy poco, un par de calles y Mario se adentra en un sitio de luminosidad discreta que yo frecuenté hace algunos años y que ahora luce distinto, solitario, casi mortuorio. Tengo un mal presentimiento y no me atrevo a entrar. Me voy a la esquina más cercana, distingo gente, gente sentada que parece charlar, me acerco para localizar un letrero que me regale certezas de aquel sitio cuya esencia no es la misma, pero no hay nada y, efectivamente, las personas hablan unas con otras, se relacionan entre sí, parece que están a gusto, veo sonreír a muchos de ellos, veo sonreír a Mario que cruza de pronto por la ventana, lleva una copa en la mano izquierda y el bolso de papel en la derecha. A pesar de todo, la visión es fugaz y él pronto desaparece de mi vista. Decido que es momento de entrar al sitio. Cruzo la calle, me palpo los bolsillos conociendo previamente el resultado. No hay posibilidad de entrar al lugar sin dinero así que pierdo la esperanza y regreso a mi sitio preferencial de vigía noctámbulo. Vargas Llosa me regala dos o tres apariciones más. Todas igual de efímeras que la primera y todas más reveladoras que la anterior.

Primer acto: pasa Mario Vargas Llosa con una copa en una mano y una bolsa de papel en la otra. Segundo acto: pasa el mismo personaje con una copa en la mano, la bolsa de papel y la mano de una mujer en la otra. Tercer acto: Pasa Mario Vargas Llosa por la misma ventana de los actos previos y lleva un cachorro de buldog (lo sé porque tengo uno similar) en los brazos. Cuarto acto: dos copas en la mano. Pienso en el nombre de la obra, nombre que pierdo justo al momento de tenerlo porque sale Vargas Llosa con el perro en brazos, sin bolsa de papel, sin mujer, me toma distraído, camina directo hacia donde estoy, el mismo paso, la misma cadencia, el animal que carga no altera su estampa. Lo veo a los ojos y triunfo. Me ve, estoy seguro de que sus ojos encuentran los míos por algún momento. Quiero abordarlo pero el hombre pasa sin advertirme, rozando mí codo con el suyo, no altera el ritmo al percibir que mis pies se posan justo en las huellas imaginarias que dejan los suyos sobre el asfalto.

Esta vez caminamos más, no lo suficiente para abandonar la colonia pero sí para que emerjan todas mis suspicacias. Daba la impresión de que Mario camina en círculos, hacia ninguna parte o hacia todos lados, como si intentara extraviarme, como si hubiese caminado toda la noche en un duelo personal, en un cuadrilátero que sólo él y yo percibíamos.

Al fin se detiene en la banca de un parque. Supongo que es momento de que el perro orine, pero me equivoco. Mario saca un cordón fluorescente de la bolsa del pantalón. Se acerca a un árbol y amarra y al animal. Segundos después emprende la marcha con la actitud característica. Paso a un lado del perro y mueve la cola, me provoca acariciarlo, otra vez siento alivio y otra vez pienso en Pedro Páramo y no queda más que reír. Me carcajeo sin preocuparme por Vargas Llosa que, tal y como esperaba, aprieta el paso. Cada vez caminamos más a prisa y cada vez es más obvio que me ha descubierto. Andamos y andamos sin ir a ninguna parte, moviéndonos en círculos que, a no ser por la cuadratura urbana, podrían considerarse perfectos.

En algún momento el perímetro se rompe y transforma, Vargas Llosa acelera el paso y camina en línea recta, pasamos por lugares y esquinas que a la velocidad que vamos, casi a trote (él sin perder la postura), a esas horas de la madrugada se confunden con todas las formas del mundo. Calles y más calles, el silencio de la noche y nuestros pasos, uno tras otro, acompasados y equidistantes. Mario se apresura, acelera más y más hasta que todo es vértigo y casas y jardines y perros que ladran. Todo me parece conocido un segundo y al siguiente extraño. Mario se detiene frente a un edificio que reconozco. Abre el portón de la calle con habilidad extrema y se adentra sin miramientos. Me parece increíble, voy tras él, estoy decidido. Sube las escaleras hábilmente, se detiene frente a mi departamento, toca el timbre, se abre la puerta, mi puerta. Lo tengo justo donde quería, me busco las llaves en el bolsillo, no encuentro nada. Toco el timbre, nadie abre, afuera amanece y yo decido esperar a que Mario salga.


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2.10.2011

MASCApalabras 471: Arcadi Oliveres





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2.09.2011

Mascapalabras 470: Dominique Lapierre


“Tanto en árabe como en hebreo Jerusalén significa paz”.
(Dominique Lapierre)


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2.08.2011

Mascapalabras 469: Carlos Edmundo de Ory


“La risa es la campanada del cuerpo”.

(Carlos Edmundo de Ory)

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2.07.2011

Mascapalabras 468: Alejandro García

(…) James Baker [ex secretario general de la ONU] tuvo que esperar a jubilarse para decir lo que pensaba: “El verdadero problema es que ningún país del Consejo de Seguridad [de Naciones Unidas] está dispuesto a implicarse políticamente en el Sáhara Occidental, el perfil del asunto es muy bajo, y ninguno quiere correr riesgos de ganarse la enemistad, bien de Marruecos o bien de Argelia, adoptando una posición firme. Y no están dispuestos a pedir a una o a ambas partes que hagan algo que no quieren hacer”.

(Historia del Sáhara y su conflicto, Alejandro García)

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2.06.2011

Mascapalabras 467: Montero González


“Suele pasar que aquello de lo que escapamos es inseparable de aquello hacia lo que escapamos”.

(Pistola y cuchillo, Montero Glez)

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2.05.2011

Mascapalabras 466: Eduard Punset


“Todos prestamos atención al compañero de trabajo que viene protestando, que se queja continuamente por todo, aunque nos moleste, pero hablamos de él y ocupa nuestro tiempo; en cambio, nadie hace caso a la persona que se ha preocupado de embellecer su balcón, y con él la ciudad, colocando unos pocos geranios”.

Eduardo Punset

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2.04.2011

MASCApalabras 465: Pablo Neruda

Nuevo soneto a Helena
Cuando estés vieja, niña (Ronsard ya te lo dijo),
te acordarás de aquellos versos que yo decía.
Tendrás los senos tristes de amamantar tus hijos,
los últimos retoños de tu vida vacía…
Yo estaré tan lejano que tus manos de cera
ararán el recuerdo de mis ruinas desnudas.
Comprenderás que puede nevar en primavera
y que en la primavera las nieves son más crudas.
Yo estaré tan lejano que el amor y la pena
que antes vacié en tu vida como un ánfora plena
estarán condenados a morir en mis manos…
Y será tarde porque se fue mi adolescencia,
tarde porque las flores una vez dan esencia
y porque aunque me llames yo estaré tan lejano…
Pablo Neruda


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2.03.2011

Mascapalabras 464: Antonio Muñóz Molina


“(…) ahora Ignacio Abel señalaba las caras que él mismo había fotografiado sólo unos meses atrás en un pueblo de fantasmagórica pobreza en la Sierra de Málaga: la arquitectura no consistía en inventar formas abstractas, la tradición popular española no era un catálogo de pintoresquismos para enseñar a los extranjeros o para usar decorativamente en el pabellón de una feria; la arquitectura de los nuevos tiempos había de ser una herramienta en el gran empeño de hacer mejores las vidas de hombres, de aliviar el sufrimiento, de traer la justicia, o mejor todavía, o dicho de una manera más precisa, de hacer accesible lo que esa familia de la foto no había visto nunca y ni siquiera sabido que existía, el agua corriente, los espacios ventilados y saludables, la escuela, el alimento suficiente y a ser posible sabroso; no un regalo, sino una devolución; no una limosna sino un gesto de reparación por el trabajo nunca recompensado, por la destreza de las manos y la finura de las inteligencias que habían sabido elegir los juncos mejores y trenzarlos lo mismo para sostener un tejado de paja que para hacer un cesto, la arcilla más adecuada para enjalbegar los muros de una choza. De lo que esa gente ha creado a lo largo de siglos viene casi lo único sólido y noble en España, dijo, lo original e incomparable, la música y los romances y los edificios, conmovido, advirtió Adela desde la primera fila compartiendo íntimamente su emoción, aunque no le veía bien la cara, pero sí escuchaba con claridad su voz. Ignacio Abel se esforzaba en contener una efusión que lo tomaba por sorpresa y que no sabía bien de dónde brotaba, ascendiendo desde el estómago, como poseído de golpe no ya por la rememoración de su padre y de los albañiles y canteros que trabajaban con él, los que levantaban edificios y pavimentaban calles y horadaban zanjas y túneles y luego desaparecían de la tierra sin dejar rastro: también por la conciencia de los que vivieron antes, los campesinos de varias generaciones atrás de los que él mismo procedía, los que vivieron y murieron en chozas de barro idénticas a la de la foto, tan pobres, tan obstinados, tan sin porvenir como esa gente cuyas caras ahora se difuminaban, cuando la luz de la sala se encendió sin que se apagara todavía el proyector fotográfico.”

(La noche de los tiempos, Antonio Muñoz Molina)


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2.02.2011

Mascapalabras 463: Ricardo Vicente

“Quizá un día se me ocurrió pensar que la felicidad no existe de forma más auténtica que la que expresan los regresos desde el conflicto de cada uno [...]

En la vida todo es peligroso, casi todo va en serio porque en la vida nada tiene sentido si no hay intercambios de por medio. La enfermedad, las canciones, las despedidas, los amigos de verdad se hacen en los desembarcos de Normandía.

De qué sirve confesar que amas a alguien si ninguno de los dos arriesga por lo menos su vida.

Esto lo explico en clase muchas veces y entonces veo la cara de los que son novios desde dos cursos atrás, desde el comienzo de su educación sentimental, y se me parte el alma. No les quiero quitar la ilusión, pero el amor no dura lo mismo si surge de manera espontánea, si no te la has jugado.

No hay honestidad sin amenaza, ni última noche o fragilidad de los momentos más bellos si no escuchas las bombas a lo lejos”.

(Ricardo Vicente en http://rizino30.blogspot.com/)

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2.01.2011

La Revista el Humo publica una entrevista al Tal-Ivan Vergara

Gracias a Romina Cazón por la amabilidad de compartir estas palabras; hablamos sobre edición, el panorama literario mexicano y las nuevas vertientes creativas para la poesía.

ENTREVISTA


a Iván Vergara
Poeta, músico y editor

 ¿Cómo eres en la cotidianeidad?
Intento tomar el tiempo suficiente para poder gastar en mis inquietudes personales, además de intentar que ese tiempo sea también el necesario para compartir con mi pareja. Fuera de eso todo es labor, dentro de la red principalmente, pues desde ella coordino un par de plataformas (PLACA, SeVilla Qultural) y la Editorial Ultramarina Cartonera & Digital.
La red es la mejor herramienta para poder estar en contacto con más personas, además de darme la oportunidad de estar actualizado a tiempo real de mis intereses. Intento vivir mi cotidianidad con el menor estrés posible, manteniendo presente que es necesario estar bien para poder iniciar todo lo demás.


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Primer entrada de La firma del caracol en este 2011.

Seré sincero: no he tenido motivación para escribir unas líneas para este blog, pensé en algún momento cerrarlo y callar digitalmente.

Hace un par de meses borré a cientos de personas de mi cuenta de Facebook, nada personal por si hay alguien ofendido, es solamente que tanto de tanto es agobiante, además que no es la mejor finalidad que se le puede dar a esa y otras herramientas digitales ¿para qué querría saber tanto de esas personas que quizá nos hemos visto una sola vez, o ninguna. decidí borrar para también borrar esa parte mía que no puedo terminar por atender del todo.

Justo ayer pasé a la segunda fase: borrar todas las imágenes de tal red. En un momento bromeé con los amigos sobre ello, decía que era por vanidad, pero realmente se debe a que no me apetece que mis fotos estén divulgadas en un mundo virtual donde cualquiera pueda hacer uso de ellas, y no es paranoia, sencillamente es que no me apetece en lo absoluto.

Si, el 2010 terminó con maneras muy complicadas, cambiaron aspectos de mi vida que no tenía en mente, una de esas cuestiones en específico me desmotivó por... mm, una semana, o algo así; después opté con fuerza por las posibilidades que tengo por delante y ya está, a seguir adelante.

Quería escribir estas breves líneas, decirles que agradezco estén leyendo estas líneas. El mundo digital no es un mundo vacío o de comunicación impersonal, hace tiempo que ya no creo en eso. Por eso es importante mantener esto abierto.

Tengo problemas ahora con los acentos en este teclado, sigo en otro momento.
Saludos Ultramarinos a todos.

pd. Nuestra editorial tiene la tienda abierta 24 hrs at day.... http://editorialultramarina.com/tienda/edicion-cartonera/


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2.12.2011

Mascapalabras 472: Christina Rosenvinge


Jorge y yo

recorrí sin parar
cuatro horas hasta el mar
recordé el lugar
la roca donde iba a jugar
con mi hermano cada tarde
yo era siempre la cobarde, él
descendía hasta la cueva
me contaba como era, y yo
sólo soñaba
con desaparecer
ser alguien distinto
nada que esconder
no tener
tanta prisa por crecer
años de atrocidad
nos dejaron sin educar
jorge y yo en la oscuridad
planeando cómo escapar
hoy descubro que la cueva
es muy pequeña
nunca pudo ser
escondite tan seguro
como jorge me hacía creer
sólo soñaba
con desaparecer
ser alguien distinto
nada que esconder
no tener
tanta prisa por crecer
aún le veo en la cornisa
cada peca brillando en su piel
sonriendo sin camisa
no conozco a nadie como él

(De La joven Dolores, Christina Rosenvinge)

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2.11.2011

Mario Vargas Llosa en La ciudad del vértigo.


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La ciudad en vértigo


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La historia comienza así: Mario Vargas Llosa camina por una calle de la Ciudad de México, hace frío y es de noche, una noche de luna llena y cielo despejado. Vargas Llosa camina con la mirada al frente, postura un tanto castrense, barbilla levantada y rítmico balanceo de brazos. Todo parece un truco, una artimaña corporal para que nadie se acerque. A su paso muchos lo reconocen y él los ignora con sutileza magistral.

El sitio por el que camina está en la colonia Narvarte, uno de esos barrios que otrora pertenecieran a la pujante clase media y que para cuando él pisa sus calles, se ha convertido en un almacén de oficinas y edificios de alquiler habitados por una pluralidad sospechosa.
Vargas Llosa camina y yo lo reconozco tras dudar unos segundos. A partir de entonces lo miro con intensidad, le busco los ojos pero él no se digna, es un hombre acostumbrado a estas situaciones, pasa a mi lado, es más alto y fuerte de lo que yo pensaba, para entonces tiene más sesenta años y el mundo se lo comió hace veinte.

Decidí seguirlo aunque no de forma inmediata. Todo había sido relampagueante. Yo, escritor, mi barrio, él. Primero lo dejé pasar muy cerca de mí, dejando tras su marcha un olor a cuero y maderas. Tenía esperanza de que sintiera el acecho y me regalara un gesto, algo que sacudiera su voluntad de hierro. Lo miré alejarse hasta que empecé a no distinguirlo, a perderle el rastro. Entonces corrí. Lo alcancé en una calle perpendicular a la primera, una calle solitaria y oscura donde sólo se oían mis pasos y los suyos. A pesar de eso, él no volteó, no quiso verificar quién andaba tras de sí.

En la Ciudad de México la gente desarrolla una capacidad inigualable para el miedo y la supervivencia, una capacidad de reacción innata ante cualquier situación que involucre una calle oscura y unos pasos tras de sí. Pero Vargas llosa no ha desarrollado ninguna de esas capacidades y aparentemente no las necesita, las suyas parecen de eficacia probada. El hombre sólo camina y yo lo sigo empeñado en manifestar mi presencia, piso con mayor fuerza, salto para agitar las ramas de los arbustos que encuentro a mi paso y, justo cuando evalúo la posibilidad de un descarado silbido, Mario Vargas Llosa se detiene, duda unos segundos, parece verificar mentalmente el sitio, quizá la dirección. Yo lo veo todo a mitad de la calle, absorto de sentirme como un fantasma me pellizco para verificar mi condición , estoy más vivo que nada, más despierto que cualquiera, eso pienso justo cuando Mario desaparece de mi vista.

Me detengo frente al edificio en el que entró. Por un instante el paisaje me parece conocido pero no recuerdo los motivos de mis incursiones por aquellos espacios del barrio, colindantes con el Viaducto Miguel Alemán y la colonia Doctores. Pasan un par de niños en bicicleta, se persiguen uno a otro, ambos me miran directo a los ojos, pienso otra vez que estoy vivo y que no soy un fantasma, maldigo entonces mi huella mexicana, esePedro Páramo que se oculta para salir como espinilla en el momento menos esperado. Seenciende una luz en el tercer piso, pienso que ha pasado el tiempo exacto para que un hombre con la edad de Vargas Llosa, con todo y su corpulencia, suba tres niveles. Lo imagino entrando al departamento donde alguien lo espera, lo imagino sentado en un sillón, lo imagino fumando un habano de Cuba y charlando de literatura francesa, quizá literatura rusa o alemana, lo imagino escuchando atentamente un par de anécdotas, riendo educadamente mientras yo, aterido en la calle más solitaria y más sola de la colonia, espero impaciente, de pie, sin quitar la vista del sitio donde Vargas Llosa acudió para visitar a un amigo mexicano de juventud, un amigo que frecuenta poco y al que no ve desde mucho, al que no ve nunca, una visita un tanto cordial y otro tanto comprometida, el hombre fue a recogerlo al aeropuerto y ha sido muy amable, es profesor de literatura y habrá que beberse un par de copas con él, quizá una cena ligera, conocer a la esposa e hijos, escuchar discos, algo típico mexicano o algo que él escogiese gracias a la amabilidad de su anfitrión, agradecer las atenciones y salir antes de la media noche.

Las luces del departamento se apagan. Tiempo después, muy poco tiempo después en realidad, Vargas Llosa abre el portón del edificio y sin dubitaciones da media vuelta a la derecha y se echa andar con pasos casi marciales. Por supuesto, no me mira, pasa justo en la acera de enfrente, los dos solos una vez más y el hombre sigue de largo respirando apenas. Lleva algo en la mano, es una bolsa de papel no más grande que dos piezas de pan, camina rápido, para entonces lo sigo sin empacho a sabiendas que no volteará, aunque estoy seguro que ha notado mi presencia.

Caminamos muy poco, un par de calles y Mario se adentra en un sitio de luminosidad discreta que yo frecuenté hace algunos años y que ahora luce distinto, solitario, casi mortuorio. Tengo un mal presentimiento y no me atrevo a entrar. Me voy a la esquina más cercana, distingo gente, gente sentada que parece charlar, me acerco para localizar un letrero que me regale certezas de aquel sitio cuya esencia no es la misma, pero no hay nada y, efectivamente, las personas hablan unas con otras, se relacionan entre sí, parece que están a gusto, veo sonreír a muchos de ellos, veo sonreír a Mario que cruza de pronto por la ventana, lleva una copa en la mano izquierda y el bolso de papel en la derecha. A pesar de todo, la visión es fugaz y él pronto desaparece de mi vista. Decido que es momento de entrar al sitio. Cruzo la calle, me palpo los bolsillos conociendo previamente el resultado. No hay posibilidad de entrar al lugar sin dinero así que pierdo la esperanza y regreso a mi sitio preferencial de vigía noctámbulo. Vargas Llosa me regala dos o tres apariciones más. Todas igual de efímeras que la primera y todas más reveladoras que la anterior.

Primer acto: pasa Mario Vargas Llosa con una copa en una mano y una bolsa de papel en la otra. Segundo acto: pasa el mismo personaje con una copa en la mano, la bolsa de papel y la mano de una mujer en la otra. Tercer acto: Pasa Mario Vargas Llosa por la misma ventana de los actos previos y lleva un cachorro de buldog (lo sé porque tengo uno similar) en los brazos. Cuarto acto: dos copas en la mano. Pienso en el nombre de la obra, nombre que pierdo justo al momento de tenerlo porque sale Vargas Llosa con el perro en brazos, sin bolsa de papel, sin mujer, me toma distraído, camina directo hacia donde estoy, el mismo paso, la misma cadencia, el animal que carga no altera su estampa. Lo veo a los ojos y triunfo. Me ve, estoy seguro de que sus ojos encuentran los míos por algún momento. Quiero abordarlo pero el hombre pasa sin advertirme, rozando mí codo con el suyo, no altera el ritmo al percibir que mis pies se posan justo en las huellas imaginarias que dejan los suyos sobre el asfalto.

Esta vez caminamos más, no lo suficiente para abandonar la colonia pero sí para que emerjan todas mis suspicacias. Daba la impresión de que Mario camina en círculos, hacia ninguna parte o hacia todos lados, como si intentara extraviarme, como si hubiese caminado toda la noche en un duelo personal, en un cuadrilátero que sólo él y yo percibíamos.

Al fin se detiene en la banca de un parque. Supongo que es momento de que el perro orine, pero me equivoco. Mario saca un cordón fluorescente de la bolsa del pantalón. Se acerca a un árbol y amarra y al animal. Segundos después emprende la marcha con la actitud característica. Paso a un lado del perro y mueve la cola, me provoca acariciarlo, otra vez siento alivio y otra vez pienso en Pedro Páramo y no queda más que reír. Me carcajeo sin preocuparme por Vargas Llosa que, tal y como esperaba, aprieta el paso. Cada vez caminamos más a prisa y cada vez es más obvio que me ha descubierto. Andamos y andamos sin ir a ninguna parte, moviéndonos en círculos que, a no ser por la cuadratura urbana, podrían considerarse perfectos.

En algún momento el perímetro se rompe y transforma, Vargas Llosa acelera el paso y camina en línea recta, pasamos por lugares y esquinas que a la velocidad que vamos, casi a trote (él sin perder la postura), a esas horas de la madrugada se confunden con todas las formas del mundo. Calles y más calles, el silencio de la noche y nuestros pasos, uno tras otro, acompasados y equidistantes. Mario se apresura, acelera más y más hasta que todo es vértigo y casas y jardines y perros que ladran. Todo me parece conocido un segundo y al siguiente extraño. Mario se detiene frente a un edificio que reconozco. Abre el portón de la calle con habilidad extrema y se adentra sin miramientos. Me parece increíble, voy tras él, estoy decidido. Sube las escaleras hábilmente, se detiene frente a mi departamento, toca el timbre, se abre la puerta, mi puerta. Lo tengo justo donde quería, me busco las llaves en el bolsillo, no encuentro nada. Toco el timbre, nadie abre, afuera amanece y yo decido esperar a que Mario salga.


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2.10.2011

MASCApalabras 471: Arcadi Oliveres





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2.09.2011

Mascapalabras 470: Dominique Lapierre


“Tanto en árabe como en hebreo Jerusalén significa paz”.
(Dominique Lapierre)


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2.08.2011

Mascapalabras 469: Carlos Edmundo de Ory


“La risa es la campanada del cuerpo”.

(Carlos Edmundo de Ory)

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2.07.2011

Mascapalabras 468: Alejandro García

(…) James Baker [ex secretario general de la ONU] tuvo que esperar a jubilarse para decir lo que pensaba: “El verdadero problema es que ningún país del Consejo de Seguridad [de Naciones Unidas] está dispuesto a implicarse políticamente en el Sáhara Occidental, el perfil del asunto es muy bajo, y ninguno quiere correr riesgos de ganarse la enemistad, bien de Marruecos o bien de Argelia, adoptando una posición firme. Y no están dispuestos a pedir a una o a ambas partes que hagan algo que no quieren hacer”.

(Historia del Sáhara y su conflicto, Alejandro García)

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2.06.2011

Mascapalabras 467: Montero González


“Suele pasar que aquello de lo que escapamos es inseparable de aquello hacia lo que escapamos”.

(Pistola y cuchillo, Montero Glez)

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2.05.2011

Mascapalabras 466: Eduard Punset


“Todos prestamos atención al compañero de trabajo que viene protestando, que se queja continuamente por todo, aunque nos moleste, pero hablamos de él y ocupa nuestro tiempo; en cambio, nadie hace caso a la persona que se ha preocupado de embellecer su balcón, y con él la ciudad, colocando unos pocos geranios”.

Eduardo Punset

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2.04.2011

MASCApalabras 465: Pablo Neruda

Nuevo soneto a Helena
Cuando estés vieja, niña (Ronsard ya te lo dijo),
te acordarás de aquellos versos que yo decía.
Tendrás los senos tristes de amamantar tus hijos,
los últimos retoños de tu vida vacía…
Yo estaré tan lejano que tus manos de cera
ararán el recuerdo de mis ruinas desnudas.
Comprenderás que puede nevar en primavera
y que en la primavera las nieves son más crudas.
Yo estaré tan lejano que el amor y la pena
que antes vacié en tu vida como un ánfora plena
estarán condenados a morir en mis manos…
Y será tarde porque se fue mi adolescencia,
tarde porque las flores una vez dan esencia
y porque aunque me llames yo estaré tan lejano…
Pablo Neruda


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2.03.2011

Mascapalabras 464: Antonio Muñóz Molina


“(…) ahora Ignacio Abel señalaba las caras que él mismo había fotografiado sólo unos meses atrás en un pueblo de fantasmagórica pobreza en la Sierra de Málaga: la arquitectura no consistía en inventar formas abstractas, la tradición popular española no era un catálogo de pintoresquismos para enseñar a los extranjeros o para usar decorativamente en el pabellón de una feria; la arquitectura de los nuevos tiempos había de ser una herramienta en el gran empeño de hacer mejores las vidas de hombres, de aliviar el sufrimiento, de traer la justicia, o mejor todavía, o dicho de una manera más precisa, de hacer accesible lo que esa familia de la foto no había visto nunca y ni siquiera sabido que existía, el agua corriente, los espacios ventilados y saludables, la escuela, el alimento suficiente y a ser posible sabroso; no un regalo, sino una devolución; no una limosna sino un gesto de reparación por el trabajo nunca recompensado, por la destreza de las manos y la finura de las inteligencias que habían sabido elegir los juncos mejores y trenzarlos lo mismo para sostener un tejado de paja que para hacer un cesto, la arcilla más adecuada para enjalbegar los muros de una choza. De lo que esa gente ha creado a lo largo de siglos viene casi lo único sólido y noble en España, dijo, lo original e incomparable, la música y los romances y los edificios, conmovido, advirtió Adela desde la primera fila compartiendo íntimamente su emoción, aunque no le veía bien la cara, pero sí escuchaba con claridad su voz. Ignacio Abel se esforzaba en contener una efusión que lo tomaba por sorpresa y que no sabía bien de dónde brotaba, ascendiendo desde el estómago, como poseído de golpe no ya por la rememoración de su padre y de los albañiles y canteros que trabajaban con él, los que levantaban edificios y pavimentaban calles y horadaban zanjas y túneles y luego desaparecían de la tierra sin dejar rastro: también por la conciencia de los que vivieron antes, los campesinos de varias generaciones atrás de los que él mismo procedía, los que vivieron y murieron en chozas de barro idénticas a la de la foto, tan pobres, tan obstinados, tan sin porvenir como esa gente cuyas caras ahora se difuminaban, cuando la luz de la sala se encendió sin que se apagara todavía el proyector fotográfico.”

(La noche de los tiempos, Antonio Muñoz Molina)


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2.02.2011

Mascapalabras 463: Ricardo Vicente

“Quizá un día se me ocurrió pensar que la felicidad no existe de forma más auténtica que la que expresan los regresos desde el conflicto de cada uno [...]

En la vida todo es peligroso, casi todo va en serio porque en la vida nada tiene sentido si no hay intercambios de por medio. La enfermedad, las canciones, las despedidas, los amigos de verdad se hacen en los desembarcos de Normandía.

De qué sirve confesar que amas a alguien si ninguno de los dos arriesga por lo menos su vida.

Esto lo explico en clase muchas veces y entonces veo la cara de los que son novios desde dos cursos atrás, desde el comienzo de su educación sentimental, y se me parte el alma. No les quiero quitar la ilusión, pero el amor no dura lo mismo si surge de manera espontánea, si no te la has jugado.

No hay honestidad sin amenaza, ni última noche o fragilidad de los momentos más bellos si no escuchas las bombas a lo lejos”.

(Ricardo Vicente en http://rizino30.blogspot.com/)

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2.01.2011

La Revista el Humo publica una entrevista al Tal-Ivan Vergara

Gracias a Romina Cazón por la amabilidad de compartir estas palabras; hablamos sobre edición, el panorama literario mexicano y las nuevas vertientes creativas para la poesía.

ENTREVISTA


a Iván Vergara
Poeta, músico y editor

 ¿Cómo eres en la cotidianeidad?
Intento tomar el tiempo suficiente para poder gastar en mis inquietudes personales, además de intentar que ese tiempo sea también el necesario para compartir con mi pareja. Fuera de eso todo es labor, dentro de la red principalmente, pues desde ella coordino un par de plataformas (PLACA, SeVilla Qultural) y la Editorial Ultramarina Cartonera & Digital.
La red es la mejor herramienta para poder estar en contacto con más personas, además de darme la oportunidad de estar actualizado a tiempo real de mis intereses. Intento vivir mi cotidianidad con el menor estrés posible, manteniendo presente que es necesario estar bien para poder iniciar todo lo demás.


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Primer entrada de La firma del caracol en este 2011.

Seré sincero: no he tenido motivación para escribir unas líneas para este blog, pensé en algún momento cerrarlo y callar digitalmente.

Hace un par de meses borré a cientos de personas de mi cuenta de Facebook, nada personal por si hay alguien ofendido, es solamente que tanto de tanto es agobiante, además que no es la mejor finalidad que se le puede dar a esa y otras herramientas digitales ¿para qué querría saber tanto de esas personas que quizá nos hemos visto una sola vez, o ninguna. decidí borrar para también borrar esa parte mía que no puedo terminar por atender del todo.

Justo ayer pasé a la segunda fase: borrar todas las imágenes de tal red. En un momento bromeé con los amigos sobre ello, decía que era por vanidad, pero realmente se debe a que no me apetece que mis fotos estén divulgadas en un mundo virtual donde cualquiera pueda hacer uso de ellas, y no es paranoia, sencillamente es que no me apetece en lo absoluto.

Si, el 2010 terminó con maneras muy complicadas, cambiaron aspectos de mi vida que no tenía en mente, una de esas cuestiones en específico me desmotivó por... mm, una semana, o algo así; después opté con fuerza por las posibilidades que tengo por delante y ya está, a seguir adelante.

Quería escribir estas breves líneas, decirles que agradezco estén leyendo estas líneas. El mundo digital no es un mundo vacío o de comunicación impersonal, hace tiempo que ya no creo en eso. Por eso es importante mantener esto abierto.

Tengo problemas ahora con los acentos en este teclado, sigo en otro momento.
Saludos Ultramarinos a todos.

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