El Desierto,
poemario de Saúl Ibáñez.
Imaginen un bosque,
en un terreno donde no puedan ver montaña alguna, solamente imagínenlo hacia la
distancia, hasta donde llegue su vista y sepan, o intuyan, que más allá
continuará extendiendo su perpetuo cuerpo.
Imaginen entonces
que una mano gigante comienza a arrancar a conciencia cada árbol, que pequeños
y diminutos vientos talan les talan con esmero y lo que antes era un horizonte
esmeralda, comienza a sufrir los embates de un sol árido, donde los ríos
disminuyen, la temperatura sube y lo que era antes tierra muta, sin símbolo
alguno de equivocación, en arena, fina, ardiente, masiva.
Esa misma mano
actúa bajo la conciencia de un creador que sabe talar cada recuerdo para
alimentar lo que será el mantra de este nuevo desierto, en un lugar donde la
poesía y sus versos, sean un campo fértil para nombrar, como si fuese por
primera vez, el paso de sus horas y su amor por el olvido.
Hablamos del
poemario escrito por Saúl Ibáñez: El Desierto. Según Bernardo Noël, poeta
francés, “La poesía = el fondo del alma revelado” frase que no puede hablar más
certeramente del libro que tenemos en nuestras manos. Así como esa mano gigante
modificó el entorno de ese bosque imaginario, la creación poética de Saúl
también arranca partes de su alma para modificar el paisaje blanco, cuando la
hoja del cuaderno aún se mantiene impoluta, en un entorno donde la carne se
convierte en imagen de todo lo corpóreo es una extensión del alma.
Hablamos de un
Desierto, un espacio donde ocurre toda la vida, donde los milagros se
convierten en necesidad cotidiana y la travesía resulta penosa, tanto como el
cuerpo aguante.
La voz del poeta
postula de manera sutil ciertas reglas para la lectura del poemario, señales
que cada lector interpretará para seguir el trazado que el poeta ha realizado
por la aridez de ese desierto. Citaré algunos versos del poemario: “Aún puedo
hacer estas cosas, / aún estoy vivo, / y ya soy viejo para desear lo
contrario.” El paso del tiempo, el deterioro, la madurez, son elementos que el
poeta desengrana a lo largo de toda la primera parte del poemario.
En el prólogo,
Victor Alfonso Alarcón menciona certeramente al desamor como eje del poemario,
sin embargo, los poemas que contiene este poemario novel, contienen también un
misticismo introspectivo que puede abrir cauces más interesantes en las
diversas lecturas que propicia; toda poesía debe contener esos elementos
sagrados que originan las cosas que parten de la creación pura, estos versos
están salpicados directamente por esa consciencia y el lector lo notará al
transcurrir por los caminos de estos poemas.
La experiencia de
lo cotidiano muta en los versos de Saúl, siendo este desierto también una
ciudad que queda por recorrer, como un Ulises urbano, un océano que navegar a
la deriva, como un Simbad que navega la memoria de las olas; como el doble del
poeta, ese döppleganger que se desdobla hasta el infinito. A veces da la
sensación que quien lee estos poemas, enfrentándonos uno a uno a la lectura, no
es sino el propio reflejo del autor desdoblado, y en ello la virtud de este
poemario al acercarse al lector como espejo en el desierto, en el cual
solamente nuestros pasos nos acercarán hasta el punto en que veamos con
claridad que quien se mira en ese cristal, es nuestro propio tiempo, nuestro
propio desamor.
Mención especial
ameritan los epígrafes que el autor ha seleccionado, serán una manera correcta
de encaminar los esfuerzos del autor, entre ellos encontraremos a José Luis
Villalba (con sus poemas que no están escritos aún), Julio de la Rosa, The
Velvet Underground, Blacanova. No será difícil reconocer estos nombres a los
lectores de esta obra, ya que es ese mismo público el que recibirá con
entusiasmo la creación poética de Saúl Ibáñez, quien también ejerce como músico
y voz del proyecto personal ‘Lullavy’. Mencionar esta característica del poeta,
no debe distraernos de este viaje por el desierto, ya que aunque construido en
el año 2008, estos poemas guardan cercanía con la intención como artista del
autor, derivando su obra hacia lo musical o lo literario.
Andar este desierto
requerirá del lector una empatía mínima, aunque constante y meticulosa, pues se
reconocerá, con facilidad y en buena medida, mientras transcurra el poemario;
esas fronteras, túneles, esos desnudos al alba que se comparten con el inmenso
espacio de los cuerpos ausentes. Reconocerán los secretos que el autor ha
dejado detrás de cada poema, con la misma intención con la que se abandona un
libro en la acera, o como un globo que parte a la atmósfera con deseos colgando
de él; los secretos que encontremos no serán quizá algo grato, quizá sean lo
contrario y suceda que nos desate la sed roja, pánicos con estruendos luminosos,
soledades aéreas que aterrizarán en nuestras alcobas y torne todo en llama,
solamente entonces nos recorrerán por la columna los versos de Saúl: “Esto que
lees no es un mirador /
y un mirador no es
una trinchera, / ni una explicación.”.
Debo también mencionar
alguno, de los pocos y no tan notables, fallos que encuentro en el poemario, y
quizá se deba un tanto a la composición un tanto irregular del orden de los
poemas. Pero también debo mencionar que esto se debe obviamente a
particularidades con las cuales me enfrento siempre como lector y que me llevan
a la intriga, a la búsqueda de respuestas, es decir: a la comunicación con ese
autor, que en la mayoría de las ocasiones no se pueden consultar dada la
lejanía territorial o del propio tiempo. Poemas como ‘Oración’ podrían
encontrar mejor sitio en un lugar de privilegio del poemario, quizá cerrando la
primera parte, con esos versos que llaman a un precioso ‘fade out’ “y yo me voy
haciendo transparente, y yo me…” De igual manera, algunos poemas podrían alienarse,
esto se debe ya al capricho y orden del propio autor, nosotros como lectores
tendremos la tarea de cruzar ese desierto, con sus grutas y grandes
acantilados, que el autor ha confeccionado para nuestro goce.
Ivan Vergara
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